La espera es una de esas cosas que no puedo tolerar demasiado tiempo, las uñas de mis manos y las manías cardiacas de mi conducta se han visto acabadas con la impaciencia que me invade en esos momentos de soledad donde el suspenso y la resignación van tomadas de la mano a cada instante. Además, una de las cosas que le debo a la espera, es la de haber encontrado el delicioso, intrínseco y rutinario vicio de fumar. El cigarrillo será pues un fiel escudero siempre que esté presente en los momentos de soledad y batallas interpersonales, batallas que sólo la espera puede cuestionar sobre ti, si no hay en las cercanías del campo de guerra un libro, panfleto, revista o diario.
Fue en uno de estos momentos de espera cuando se me presento una de esas alucinaciones citadinas que el hombre pocas veces percibe al estar retrasado en su línea del tiempo, o al encontrarse tan ensimismado que carece de un ojo crítico hacia el mundo que lo rodea. La epifanía fue presentada cuando encendía el tercer o quizá el quinto cigarrillo Lucky Strike a las afueras del Banco de México. Caminando por la acera de enfrente un astronauta, que bien pudo haber salir de un comercial de MTV se acercaba lentamente a mí con una especie de aspiradora que absorbía el humo de mi cigarrillo y apuntaba hacia los residuos de colillas que se esparcían por el piso o debajo de mi pie, succiono todas ellas como un movimiwento de mágia rutinaria. Al llegar hasta mí, solo pude permanecer como un verdadero pendejo al no saber qué hacer, ni cómo reaccionar hacia sus acciones, la boquilla de la aspiradora succiono casi desde mis labios el cigarrillo que consumía en aquel momento. Así como llego, desapareció entre la calle transitada del centro de la ciudad. Cuando volví en sí, sentí el leve empujo en el hombro de Cesárea Tinajero que con una sonrisa hermosísima se postro frente a mí y me pidió disculpas por la demora, además de felicitarme y desearme un muy feliz cumpleaños, me levante y la tome de la mano, caminamos hacia la calle de Tacuba para ir a comer.
Jamás volví a ver al astronauta, jamás se lo dije a Cesárea, y jamás volví a tirar mis colillas de cigarro en la calle ni en ningún otro lugar que no fuera un cesto de basura. Sigo fumando.
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