Era 28 de febrero, al siguiente día, de haber existido un 29
en el calendario, hubieras celebrado un aniversario más de vida, pero no fue
así, cuando entre a la habitación número 56 de aquel viejo hotel en el centro
de la ciudad, tu cuerpo colgaba ya del ventilador, la soga te había robado tiempo
atrás el último aliento y un buró de cama había cumplido muy bien su misión de
verdugo. Sobre el lecho una hoja en blanco era tu despedida. Carajo, ni
siquiera habías podido escribir una despedida, tal vez fue por que el viejo bolígrafo
no servía, tal vez porque tu corazón no guardaba ya ningún sentimiento de
olvido al morir, o tal vez, simplemente tal vez, por que no se te dio la
chingada gana. Pensé muy dentro de mí, en que no podías morir sin despedirte,
sin dejarme por lo menos un mensaje, un mensaje que me alivianara el corazón.
Pero ahora ya estaba hecho. Saque un encendedor que llevaba en el bolso del pantalón y prendí un cigarrillo que levante del piso junto con el bolígrafo que
introduje en mi saco, tome la hoja en blanco que por derecho me pertenecía y
salí de prisa sin mirarte, sin tocarte y sin odiarte. Me dirigí enseguida a La Ópera, esquina de 5 de mayo y Filomeno Mata, llegue a la barra y pedí al toque un whisky doble, lo bebí como si fuera un
vaso con agua, pero aun así, no cambio nada en mi, el ligero sentimiento de
tristeza y soledad me seguía acompañando. Sentado en aquel lugar escuchando una
música de mierda, recordé el día en que te conocí, recordé tus lindos ojos y
tus enormes pestañas, tu cabello ondulado, tu lunar en el seno derecho y tu
piel blanca enmarcada por un vestido rojo. Pensé en nuestros encuentros más
calientes, donde de repente surgías y éramos libremente junkys, jodidamente idiotas y estrelladamente felices. Pero en un momento, también recordé
que por ahora, lo único tuyo que podía poseer, era una puta hoja de papel, en
blanco.
Cuando salí de La
Ópera la noche se había apoderado de la ciudad, la molestia por las luces
de los autos y el viento estampado en mi rostro, me recordaron que el alcohol era
el que se había apoderado ya de mi, camine por toda la calle de Francisco I. Madero hasta llegar al zócalo, no tenia a donde ir, así que
tome un taxi que me llevara hasta el aeropuerto internacional de la ciudad de
México. La conversación dentro del auto con el conductor se resume a un poco de
camaradería y unas cuantas canciones de Agustín
Lara puestas en la radio. Me cobró 200 pesos y arribe a la terminal 1 del
aeropuerto como a eso de las 11:30 de la noche. Aún no sabia si haría un vuelo
internacional o nacional, pero de cualquier forma, estaba preparado con
pasaporte y un par de millones en mi cuenta bancaria para viajar. Antes de cruzar por las puertas de la terminal, 2 sujetos que no reconocí, me sostuvieron y
golpearon hasta llevarme a un auto que esperaba adelante. Cuando me hicieron
entrar al vehículo, me acercaron una máscara que desprendía un gas muy denso y
pestilente, en seguida perdí el conocimiento.
Ahora me encuentro derrumbado en una habitación hecha completamente
de metal sin ninguna salida, he pedido ayuda hasta quedar afónico, he tratado
de derribar las paredes hasta dislocarme un hombro y he utilizado tu hoja en
blanco para escribir estas líneas, un pequeño orificio en el techo, digno de la
más cruel esperanza, me lo ha permitido gracias a la luz del sol, el mismo
orificio me ha permitido contar ya 7 días desde que estoy aquí plenamente abandonado.
Ya la soledad me ha hecho comprender de cualquier forma, que esta es mi despedida.
¿Que quieres que te diga? si todo te lo digo en vivo porque a mi eso de escribir, asi de bonito como tu, no se me da u,u
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