A Teresa Mancini Gerzso
“Abril es el mes más cruel, porque
hace crecer lilas de la tierra muerta,
enredando la memoria y el deseo…”
T.S. Eliot
Ahora te sueño a mil años luz / te recuerdo de otra vida / te
imagino cien años atrás / te borro en el futuro, pero estás siempre en el
presente / Eres un fantasma / me persigues de día / te veo en momentos y
borrosa por siempre / Creces distante / bajo tu silencio inquebrantable.
Fue hasta los trece años, en una tarde rojiza de abril,
cuando descubrí que toda mi infancia la había vivido entre escritores muertos, José María Bustillos, Juan de Dios Peza, Ángel del Campo o Mariano
Azuela, son los nombres de las calles que recorría todos los días al volver
del colegio, un lugar donde, cabe señalar, nunca me revelaron la identidad de
difuntos sujetos. Después fue a los catorce años que un castigo en la dirección
me hizo descubrir que Los de Abajo
eran más que un albur muy mexicano, que ser novelista sólo te da como resultado
póstumo trabajar en alguna Secretaría Gubernamental y que José
María Bustillos había sido un poeta brillante de un sólo libro publicado. En
su defecto, para los diez y siete no me interesaban en lo más mínimo estos
personajes, pues ya para entonces, lo que mas anhelaba era poder leer a Bukowski. Aún así, de aquellos tiempos, recuerdo que lo
único que escribía, eran cartas pendejas de amor e intentos de cuentos cortos que
narraban historias inconclusas de jinetes y chicas raptadas, inspiradas por José Alfredo Jiménez, de vampiros y
lobos adictos al crack y hasta de gangsters y boxeadores heridos. Eran en realidad las
historias cinematográficas mi mejor espacio, mi mejor guarida y Kieślowski, Buñuel o Fellini solían
ser seguros protectores. Los CD´s de Caifanes, Café Tacuva y The Cure
no salían del reproductor, la música me hacia sentir que el amor no me oxidaría tanto como hasta ahora lo ha hecho, y que la cercanía de este, no me traería solamente el pensamiento mamífero del sexo, que en aquel momento de mi vida, sólo era una
posibilidad a punto de suceder.
A veces cierro los ojos / y aún puedo ver los tuyos / como
los de un animal rabioso / hermoso / y perdido / también a veces / la furia se
convierte en ternura / entonces te beso distante / te beso caliente / te como
en un instantes / y te olvido por siempre.
Fue en otra tarde de abril, cuando bese por primera vez a la
chica más linda de la clase sobre la calle de Mariano Azuela, a la salida del instituto, frente a una lavandería perdida
y varios espectadores inciertos, descubrí que el amor es una adicción pasajera y constante todo el tiempo. Otra vez me robe toda una reja de refrescos de
un camión estacionado en la calle de Juan
de Dios Peza, para conocer a la culpa y llevarla siempre por dentro y alguna vez también, camine bajo una tarde lluviosa de abril, por
toda la avenida del poeta Nezahualcóyotl,
tratando de comprender y aceptar, por que las personas se van, dejándonos sólo
sus recuerdos, estampados sobre una calle, una vieja fotografía partida por la
mitad o un par de líneas escritas a la brevedad. Claro que todo esto fue
hace tanto, que ya no puedo recordar exactamente si en verdad paso, o solo fue
uno de esos sueños que son tan reales, que pretendes hacerlos pasar por verdad.
Nota al pie:
Aún hoy, en esta tarde de abril, me sigo preguntando,
si en verdad la gente que transita sobre estas viejas y grises calles, sabe que
vive bajo el recuerdo de algunos cuantos escritores muertos... Como yo.
En este mundo,ya no sirve sentir tanto
ResponderEliminarEl titulo del post (no sé si sea calaveras y diablitos) pudo ser incluso omitido. En cuanto a la redacción es bastante buena, falta practicar, es normal y no noté errores ortográficos.
ResponderEliminarel único problema es que la historia era fluida hasta que hiciste la pausa para pasar a lo del beso y los refrescos robados, perdiste el hilo de las ideas, quizá te ganaron las prisas y eso mató el ritmo.
Por último tienes que dejar de tratar de usar sinónimos "adornados" como colegio e instituto, pero en general muy buen escrito.