martes, 29 de octubre de 2013

El Día que Conocí a Jorge Eduardo Eielson

Me encontraba sentado en una mesa afuera del Chef`s Café de la Avenida José Larco en Miraflores, contemplaba el espectáculo de las grandes máquinas que reconstruían el asfalto de las tapes alrededor del parque Kennedy, Kara recién me había telefoneado para decirme, que si yo quería, podíamos ver una película malísima a las diez de la noche en los cineramas El Pacifico, enfrente del ovalo, al otro extremo del parque, justo frente a mí. Obviamente acepte una invitación como esa al toque y sin pensármelo ni un momento.

Era octubre y un otoño disfrazado de primavera vestía un frío del carajo en la capital del Perú, pedí un café con leche, de la misma forma que lo habría pedido en la capital de México, esto es, con un montón de azúcar oscura y servilletas para anotar o dibujar pendejadas con la asistencia de un par de lapiceros nuevos, color celeste y negro, que había adquirido ese mismo día, en una papelería horrible de San Miguel.

Fue un suspiro o quizá la inconsciencia de mi pésima memoria, lo que me puso de frente a un hombre de alma dulce acompasada por su mirada triste, ojeras permanentes encima de un pronunciado bigote afilado, guardia de una furia sensata, estaba ahí alguien que había perseguido demasiados amaneceres fugaces, en caballos de arena exiliados por la mar.


TODO ES PARÍS PARA MÍ

Y Roma es también Nueva York
O Lima. En todas partes respiro
Me pongo un pantalón y sonrío
En todas partes me levanto
Y me acuesto mirando las estrellas
Aunque no haya ninguna de ellas
Mi nombre es Jorge y soy el mismo
Mozalbete que leía Rimbaud
Y Mallarmé llorando como un niño
Todos mis sueños y mis heces
Son las mismas en París Roma
Nueva York o Lima



Se había presentado ante mí como una persona amable y sincera. Me había hecho sonreír y recordarme a mí mismo unas cuantas veces. Pero un nuevo suspiro me regreso a la noche de abultadas nubes teloneras, que cerradas, aguardaban la función estelar de unas inexistentes estrellas en el firmamento de Lima. Cerré el libro SIN TÍTULO de donde había salido Eielson, pague la cuenta de diez soles por el café con leche y salí de prisa para conseguir entradas a la función de una pésima película.

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