Querida K:
Habrían sido las dos treinta de la tarde, cuando salí volando de la
ciudad de Lima. Minutos antes, mientras esperaba en una sala del aeropuerto, me
preguntaba si habrías almorzado con un café largo a tu lado, o si tu incesante
investigación sobre las palomas habría gozado de un nuevo hallazgo por la
mañana. Al traspasar y desaparecer por el primer nubarrón en el cielo, mire al lado
izquierdo y sentí el inesperado impulso de arrancar la escotilla de emergencia,
arrojarme sobre el campo de algodón y planear entre nubes hasta encontrarte, encontrarte
impulsada por unas enormes alas de plumas color cenzontle. Quería decirte todo
lo que las circunstancias, el tiempo y la casualidad no me permitieron: que
estar contigo se sentía cabrón, que me hacías ponerme tan paja como una canción
de Interpol en un día triste, que al
ver las pinturas de Szyszlo en el MALI
pude ver tu retrato en un Sol Negro,
que el rojo de tus labio había sido el escarlata más recóndito que mi vista
había contemplado en toda su puta vida y que la cólera me invadía por no podértelo
borrar con arrumacos y mordidas, quería manifestarte que a pesar de que eras
una perfecta desconocida, para mi eras tan reconocible como si de chibolitos
nos hubiésemos sonreído y mirado alguna vez en el prado y al cabo de los años
nos reconociéramos sin importar las marcas que el destino habría de impregnar
en nuestras almas de una vida sin vernos.
“Sentados en la estación del tren, donde los desamparados
se encuentran entre los libros” fueron las líneas que leí a los diez minutos de
vuelo, una sonrisa se dejó percibir en mi rostro y mis ojos debieron de ser
parecidos a los de un anime antes de soltar el llanto sin llegar a hacerlo. Así
viaje de vuelta a la ciudad México, con la cabrona ilusión de que tal vez un
día, la niña de ahora veintiséis años recordara el rostro de aquel extraño
mexicano y suspirara sin sentido alguno por él. Para mí y por ahora, serás un
fantasma enlatado en una vida cotidiana, serás una fotografía o unas palabras
escritas en un libro de poesía, serás mi ilusión de volverme a enamorarme,
serás el falso cuculí que se postre a la orilla de la ventana todos los días al
despertar, serás mis pendejadas escritas en la suela de unos Vans para recordar que alguna vez estuve
ahí y también serás el recuerdo más hermoso de aquella ciudad gris, que eres
tú.
M.
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