Conocí a Torres en una lectura de poemas de
Mario Santiago Papasquiaro realizada en un antro de mala muerte de Santa María
la Rivera, la recuerdo porque ha sido la única a la que he asistido. Lo hice
porque el hermano del difunto homenajeado, Ektor Zeta, a quien estimo
profundamente, me invitó un par de días antes, le comenté que no iría porque
esos eventos, simplemente, me fastidian, pues congregan la peor caterva de
malos borrachos y pésimos poetas que se pueda uno imaginar.
Como cualquier otro sábado, me encontraba
bebiendo en el centro de la ciudad, no recuerdo si en La Faena o el Dos
Naciones, pero sí recuerdo que tomaba ron con mi amiga Pilar que, después de
unos tequilas y unas canciones de La Santanera, me dijo que iría a la lectura
de Papasquiaro, pues Ektor le había solicitado que fuera la moderadora. Me
quedé en el lugar con otra mujer “de cuyo nombre ahora, no me quiero acordar”.
Más tarde, y ya entrados en alcohol,
decidimos ir al homenaje pues (yo) tenía hartas ganas de increpar y molestar a
alguien, a quien fuera. Es algo que me ocurre cuando bebo, me gusta arruinarle
los tragos a los malos poetas.
Llegamos al Templo, así se llama el tugurio
ese: El Templo. Pilar estaba en el escenario, sufriendo notablemente con los
lectores. Saludé a Ektor quién me abrazó y me dijo: qué chingón que te animaste
¿vas a leer? Conteste que sí. Pilar me llamó y me pidió casi suplicante:
ayúdame por favor, están leyendo puras barrabasadas y además se tardan
demasiado.
-¿Y qué quieres que haga?
-Pues que los bajes.
-¿En serio? Digo, por mí, chingón.
-Sí sí, ayúdame.
-Está bien, tú los vas presentado y al que se
empiece a extender o a cagarla, lo conmino a irse a la chingada. Y así lo hice,
varios de estos rufianes no llevaban más de tres líneas cuando ya los estaba
invitando, cordialmente, a que le llegaran a la verga. Incrédulos me miraban
con verdadero odio, a mí me importaba un carajo. Además la lectura se empezó a
hacer más dinámica. Pilar no dejó de darme prodigiosas jarras de cerveza
adulterada.
Después leí, bajé del escenario y caminé a la
puerta a tomar algo de aire nocturno y Miguel me dijo algo que seguramente
ignoré pues ya estaba demasiado ebrio.
Luego vino al taller, se sentó a beber y a
escuchar y a comentar algunas cosas, leyó algo breve. Ese día había
presentación y se quedó y siguió bebiendo. Por eso me cayó bien, me caen bien
los buenos borrachos.
Empezó a traer sus poemas y me cayó mejor,
admiro a los talentosos ebrios.
Luego bebimos en mi casa, junto con otros
malparidos de la noche, y terminó golpeado y exiliado a media madrugada. Y
aguantó. Incluso regresó al taller. Por eso es mi amigo, porque es un cabrón
talentoso, ebrio y valiente, con wevos pues.
Y luego se fue a Perú, y roló por América del Sur, y lo hizo, tal y como se puede ver en su libro, con los ojos de quien
busca descifrar los secretos del mundo, de la vida, de la poesía, de la noche y
la mujer.
El Diario Gris (como tarde nublada, “como
poeta en el aeropuerto”, como viaje en clase económica, como ojos de mujer diciendo
adiós, o hasta siempre) no es un diario, es más bien una bitácora de fechorías.
Pero no es un libro perverso, es un texto cargado de la inocencia y la
necesidad infantil de descubrirlo todo, de probarlo todo, de sorprenderse por
todo. Así, las ciudades y las calles y los tragos y los amores conservan la
hermosa conmoción que sólo provoca lo recién conocido.
Miguel se aventura al centro de la vida y lo
hace sin protección, a sabiendas de que lo único que nos pertenece es la
soledad y la libertad de la hoja en blanco.
El libro es y no una narración, en su prosa
se pueden encontrar pasajes hermosamente poéticos, y cito:
…descendí
del auto y miré como el taxi encantado se convertía en la sombra de un fantasma
que desaparecía bajo la fina niebla de una madrugada calurosamente hostil.
En este sentido, el libro está plagado de
dulces fantasmas que, cual bocanadas, desaparecen no sin antes habernos dejado
su esencia. Y él mismo se sabe el fantasma de otros, es por eso que en sus
adioses no hay juicios ni reclamos.
He
aprendido a aparecer y desaparecer de los lugares más cotidianos con estrategia
fugaz y habilidad sobrenatural. Camino por las calles sin sostener sombra, ni
dejar huellas.
Diario Gris, bitácora, breviario que sólo
dura lo que duran las amistades extranjeras, el amor, o el deseo. Páginas para
encender el próximo cigarro antes de abordar.
En mí,
el amor es sólo uno, prolongado a través de los olvidos y las fisionomías.
Después de querer a la que quiero, querré a cien más, pero si vuelvo a ver a
las que he querido ¿las volveré a amar de nuevo?
Miguel Torres sabe que todo es relativo,
incluso Dios, que la muerte es sólo un disfraz, que no hay mejor mentiroso que
el suicida que abandona la hoja en blanco y no hay peor mentiroso que un poeta
enamorado.
Diario Gris es un libro de descubrimiento, de
búsqueda, y el autor tuvo que viajar al extremo sur del continente,
simplemente, para encontrarse, para redefinirse.
Miguel Torres es “un perro que brama versos
de medianoche con sangre enfurecida para aullar frente a cualquier ventana vacía”.
Por eso es mi amigo.
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