Por: Julia Wong
He aquí un diario. Como uno más a los que
me he enfrentado en los últimos cinco años: Der Schmerz, o El Dolor de Marguerite Duras, el de la Florita Tristán, con sus Peregrinaciones,
José Asunción Silva en De Sobremesa (estos dos últimos textos, obligatorios para
la universidad) y Diario de Un Poeta recién Casado, la pura poesía de
la lengua española enfrentada al protestantismo arquitectónico de la ciudad
multifacética por excelencia: Nueva York.
Todos estos diarios, fragmentos del tiempo, con fecha específica, con Ciudad
desde donde se escribe, con año de emisión, con año de vencimiento. Todos estos
registros de la caja chica o la caja grande que es el corazón humano enfrentado
al viaje y al paisaje nuevo, dos manivelas de la maquinaria emotiva humana, se
conjugan en Diario Gris como un reloj
perfecto. Esta es la forma más íntima de desgranar el tiempo con nomenclatura y
meterse en el artefacto del día en que nos proponemos colocar un filtro que
nos hará los voluntariosos partícipes de la historia cotidiana del alma.
14 de julio del 2015. La Toma de la Bastilla se produjo en París el martes 14 de
julio de 1789. A pesar de que la fortaleza medieval conocida como la Bastilla
sólo custodiaba a siete prisioneros, su caída en manos de los revolucionarios
parisinos supuso simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y el punto inicial
de la Revolución Francesa. La rendición de la prisión, símbolo del despotismo
de la monarquía francesa, provocó un auténtico sismo social tanto en Francia
como en el resto de Europa, llegando sus ecos hasta la lejana Rusia. (Wikipedia)
Y es en un 14 de Julio en Lima, cuando
Miguel Torres, quien pudiera llamarse Miguel Bastillas, quiere
traerse abajo el gris de Lima, color restregado en una memoria tipo diario, que
es tan potente y sacaronchas, como para cambiar el color gris,
no solo de Lima, si no de todas las
paletas que ostentan los plásticos más
sofisticados del planeta. Y pretende la caída de cualquier residuo monárquico
que es quizás el culpable de que esta
capital suramericana sumerja a otras
aldeas vecinas, en el color prestado de alguna madre reina que no podía soportar el escozor y el brillo del sol
en sus dominios.
El color gris panza de burro acribillado
desde una torre Mexicana, hasta hacerlo color y sabor suramericano.
Del lapicero de Miguel, nace no sólo una nueva ciudad sin
murallas, sino todo un nuevo continente cubista, con sofisticaciones y
exotismos populares que en aquel 14 de
julio de 1789, nadie hubiera podido atisbar, ni encaramado, ni empinado. En
esta pluma se mezclan la migración China
y las particularidades de Sophia Wong, los narcos, la belleza de la mujer
limeña como María Carolina con las calles de Buenos Aires y algunos parajes de
la Ciudad de México, que Bolaño, en su perra vida, hubiera podido describir ni
deconstruir a pesar de identificarse con un gaucho más sufrible y haber fundado el infrarealismo en pleno
Coyoacán luminoso.
Este Miguelito, nombre que parece pasar desapercibido, de bajo perfil, es
nombre de Héroe Peruano de caballero marino, de santo, de ciudad serrana que
achorada no se deja igualar con ninguna
otra: Este Miguelito ha subido a su torre y con su calendario perpendicular a
su ojo caustico y su estética postmo, aguerrida, picante, picosa y pervertida,
nos tira a los peruanos y sobre todo a los limeños, no sólo la primera piedra ,
sino derrumba la torre o la bastilla
completa con las peores intenciones, parece que una transformación va a tomar
lugar con cada día que avanza la lectura y las peripecias de nuestro héroe, a lado de sus amigos como
Martín Bryce o Muhammed en los entretelones del gris, que es el color de la impiedad y gris es el color
de las mulas y las dudas, y declara: hasta aquí no más….
El Diario Gris de Miguel Torres, me
sorprendió gratamente. Dividido en tres partes, donde el color gris empieza a convertirse en el
personaje principal de este diario. Uno no sabe
ya donde está parado entre tanta ambigüedad, de Lima al Deefe, hay solo un color de
distancia y la duda entre lo posible, lo
surreal y el deseo se desvanece como una nube soplada por el minutero de un reloj que sabe exactamente
a qué hora suenan las campanas más bochornosas del continente.
No me puedo quitar el manto de sentirme
cerca a Sophia Wong y adivinar quien es María Carolina o Martín Bryce, nombres escogidos de la peruanidad subyacente, entre los otros personajes, una madre
muerta, el Peter porteño que también conozco o el retrato de Lilia Prado. El
problema con Miguel es que lo conozco bastante, casi como al bacalao y aunque
viene disfrazau de gris, va despellejando el corazón como la cebolla, capa,
por capa, y deja ver esa dulzura,
ternura, subordinación afectiva mexicana, que lo reinterpreto de tantas
experiencias en México y que se construye como el maíz en un ruego metafórico para mantenerse
unidos con todos, Dios y el Diablo, el Norte y el Sur, Chile y Perú, en un
mantra paciencioso, que todo lo ve y todo lo comprende.
Hombre de Maíz, Miguel Gris, desde su torre destruida, el día en que todo el mundo aplaude el valor
francés, nos dejamos salpicar, por este maravilloso humor grisáceo que minuto a minuto, nos transforma en más
hermanos de todo, más chingados y compele al mexicano que llevamos dentro, haciéndonos enamorarnos de su chica, entristecernos
por la muerte de su madre y nos
enorgullece de esta equidistancia latinoamericana que se refracta con el gris y se vuelve todos los colores de nuestro
violento ADN, desde Jalisco hasta el Río
de la Plata.
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