miércoles, 29 de febrero de 2012

29 de febrero, 2012

Astronauta.

La espera es una de esas cosas que no puedo tolerar demasiado tiempo, las uñas de mis manos y las manías cardiacas de mi conducta se han visto acabadas con la impaciencia que me invade en esos momentos de soledad donde el suspenso y la resignación van tomadas de la mano a cada instante.  Además, una de las cosas que le debo a la espera, es la de haber encontrado el delicioso, intrínseco y rutinario vicio de fumar. El cigarrillo será pues un fiel escudero siempre que esté presente en los momentos de soledad y batallas interpersonales, batallas que sólo la espera puede cuestionar sobre ti, si no hay en las cercanías del campo de guerra un libro, panfleto, revista o diario.
Fue en uno de estos momentos de espera cuando se me presento una de esas alucinaciones citadinas que el hombre pocas veces percibe al estar retrasado en su línea del tiempo, o al encontrarse tan ensimismado que carece de un ojo crítico hacia el mundo que lo rodea. La epifanía fue presentada cuando encendía el tercer o quizá el quinto cigarrillo Lucky Strike a las afueras del Banco de México. Caminando por la acera de enfrente un astronauta, que bien pudo haber salir de un comercial de MTV se acercaba lentamente a mí con una especie de aspiradora que absorbía el humo de mi cigarrillo y apuntaba hacia los residuos de colillas que se esparcían por el piso o debajo de mi pie, succiono todas ellas como un movimiwento de mágia rutinaria. Al llegar hasta mí, solo pude permanecer como un verdadero pendejo al no saber qué hacer, ni cómo reaccionar hacia sus acciones, la boquilla de la aspiradora succiono casi desde mis labios el cigarrillo que consumía en aquel momento. Así como llego, desapareció entre la calle transitada del centro de la ciudad. Cuando volví en sí, sentí el leve empujo en el hombro de Cesárea Tinajero que con una sonrisa hermosísima se postro frente a mí y me pidió disculpas por la demora, además de felicitarme y desearme un muy feliz cumpleaños, me levante y la tome de la mano, caminamos hacia la calle de Tacuba para ir a comer.
Jamás volví a ver al astronauta, jamás se lo dije a Cesárea, y  jamás volví a tirar mis colillas de cigarro en la calle ni en ningún otro lugar que no fuera un cesto de basura. Sigo fumando.

lunes, 13 de febrero de 2012

13 de febrero, 2012

Avión.

A Cesárea Tinajero

!
A veces por las noches, subo a la azotea para fumar un cigarrillo y mirar las estrellas.
A veces suele pasar un avión a lo lejos, entre las nubes, cruzando todo el cielo.
Y a veces también suelo pensar, en cual será el próximo avión que me lleve de regreso a la luna.
¡

miércoles, 8 de febrero de 2012

8 de febrero, 2012

"Uno no debe desembarazarse de los desperdicios; tenemos que ser como un océano, y poder contenerlos."
Nietzsche

Debió a ver sido a finales de aquel olvidado ya, 1998, cuando descubrí por primera vez el poder que el cine ejercía sobre mí. Tal descubrimiento fue producido primordialmente por un hallazgo y el hallazgo a su vez por una casualidad posicionada en una pila de viejos cassettes VHS abandonados en un rincón polvoso de casa.
Tal vez hoy no recordaría aquel día por ninguna otra cosa o hecho que sucediera durante las restantes veintiún horas, pero lo que si recuerdo de aquella tarde de 1998 es que Giuseppe Tornatore y su Cinema Paradiso me mostraron la tan mencionada, famosísima y comentada magia que los hermanos Lumière habían presentado un siglo antes.
En aquel entonces yo solo era un chico de secundaria que le interesaba la música rock, el joven vicio de los videojuegos, los encuentros amorosos, arriesgados y espontáneos de la chica en turno y la novedosa literatura de José Emilio Pacheco. Por lo que mi descubrimiento se convirtió en una nueva ocupación de mis ratos libres. Luis Buñuel, Krzysztof Kieslowski o Roman Polanski eran nombres que aparecían en los créditos de mis descubrimientos favoritos.
Pero fue hasta un par de años después, que un nuevo italiano me hizo pensar no solo en el hecho de tener la experiencia de ver la magia del celuloide en movimiento, si no la capacidad y el conflicto de poder hacerlo posible, hacer la magia posible. El titulo poco convencional de 8 ½ de Federico Fellini me hizo creer que era posible juntar todos los problemas, sueños y cuestionamientos de tu vida y hacerlos película. En aquel entonces recuerdo que asociaba indiscutiblemente a Guido Anselmi con Salvatore Di Vita, a Marcello Mastroianni con Salvatore Cascio, a Federico Fellini con Giuseppe Tornatore y como una epifanía, la figura del Director de Cine se revelo ante mí, como una de las vocaciones más hermosas de la vida.
Casualmente algunos meses después de mi epifanía y con la premisa como en 8 ½ de que la frustración se convierte en drama o en acción, una mañana Cesárea Tinajero mientras desayunábamos en el Café de Tacuba me dijo algo que apuntalaba a un vasto camino de conocimientos de dirección, - Hay dos tipos de directores de cine -  me dijo – los que recrean el mundo que pueden ver, y los que recrea el mundo que quieren ver. - Después de decirme esto, nos trajeron la cuenta y en un par de minutos salimos del lugar y caminamos en dirección al eje central.