jueves, 28 de febrero de 2013

Hoja en Blanco


Era 28 de febrero, al siguiente día, de haber existido un 29 en el calendario, hubieras celebrado un aniversario más de vida, pero no fue así, cuando entre a la habitación número 56 de aquel viejo hotel en el centro de la ciudad, tu cuerpo colgaba ya del ventilador, la soga te había robado tiempo atrás el último aliento y un buró de cama había cumplido muy bien su misión de verdugo. Sobre el lecho una hoja en blanco era tu despedida. Carajo, ni siquiera habías podido escribir una despedida, tal vez fue por que el viejo bolígrafo no servía, tal vez porque tu corazón no guardaba ya ningún sentimiento de olvido al morir, o tal vez, simplemente tal vez, por que no se te dio la chingada gana. Pensé muy dentro de mí, en que no podías morir sin despedirte, sin dejarme por lo menos un mensaje, un mensaje que me alivianara el corazón.

Pero ahora ya estaba hecho. Saque un encendedor que llevaba en el bolso del pantalón y prendí un cigarrillo que levante del piso junto con el bolígrafo que introduje en mi saco, tome la hoja en blanco que por derecho me pertenecía y salí de prisa sin mirarte, sin tocarte y sin odiarte. Me dirigí enseguida a La Ópera, esquina de 5 de mayo y Filomeno Mata, llegue a la barra y pedí al toque un whisky doble, lo bebí como si fuera un vaso con agua, pero aun así, no cambio nada en mi, el ligero sentimiento de tristeza y soledad me seguía acompañando. Sentado en aquel lugar escuchando una música de mierda, recordé el día en que te conocí, recordé tus lindos ojos y tus enormes pestañas, tu cabello ondulado, tu lunar en el seno derecho y tu piel blanca enmarcada por un vestido rojo. Pensé en nuestros encuentros más calientes, donde de repente surgías y éramos libremente junkys, jodidamente idiotas y estrelladamente felices. Pero en un momento, también recordé que por ahora, lo único tuyo que podía poseer, era una puta hoja de papel, en blanco.

Cuando salí de La Ópera la noche se había apoderado de la ciudad, la molestia por las luces de los autos y el viento estampado en mi rostro, me recordaron que el alcohol era el que se había apoderado ya de mi, camine por toda la calle de Francisco I. Madero hasta llegar al zócalo, no tenia a donde ir, así que tome un taxi que me llevara hasta el aeropuerto internacional de la ciudad de México. La conversación dentro del auto con el conductor se resume a un poco de camaradería y unas cuantas canciones de Agustín Lara puestas en la radio. Me cobró 200 pesos y arribe a la terminal 1 del aeropuerto como a eso de las 11:30 de la noche. Aún no sabia si haría un vuelo internacional o nacional, pero de cualquier forma, estaba preparado con pasaporte y un par de millones en mi cuenta bancaria para viajar. Antes de cruzar por las puertas de la terminal, 2 sujetos que no reconocí, me sostuvieron y golpearon hasta llevarme a un auto que esperaba adelante. Cuando me hicieron entrar al vehículo, me acercaron una máscara que desprendía un gas muy denso y pestilente, en seguida perdí el conocimiento.

Ahora me encuentro derrumbado en una habitación hecha completamente de metal sin ninguna salida, he pedido ayuda hasta quedar afónico, he tratado de derribar las paredes hasta dislocarme un hombro y he utilizado tu hoja en blanco para escribir estas líneas, un pequeño orificio en el techo, digno de la más cruel esperanza, me lo ha permitido gracias a la luz del sol, el mismo orificio me ha permitido contar ya 7 días desde que estoy aquí plenamente abandonado.

Ya la soledad me ha hecho comprender de cualquier forma, que esta es mi despedida.