lunes, 7 de septiembre de 2015

Las Torres Grises de Miguel

Por: Julia Wong

He aquí un diario. Como uno más a los que me he enfrentado en los últimos cinco años: Der Schmerz, El Dolor de Marguerite Duras, el de la Florita Tristán, con sus Peregrinaciones, José Asunción Silva en De Sobremesa (estos dos últimos textos, obligatorios para  la universidad) y Diario de Un Poeta recién Casado, la pura poesía de la lengua española enfrentada al protestantismo arquitectónico de la ciudad multifacética por excelencia: Nueva York.

Todos estos diarios, fragmentos del tiempo, con fecha específica, con Ciudad desde donde se escribe, con año de emisión, con año de vencimiento. Todos estos registros de la caja chica o la caja grande que es el corazón humano enfrentado al viaje y al paisaje nuevo, dos manivelas de la maquinaria emotiva humana, se conjugan en Diario Gris como un reloj perfecto. Esta es la forma más íntima de desgranar el tiempo con nomenclatura y meterse en el  artefacto del día  en que nos proponemos colocar un filtro que nos hará los voluntariosos partícipes de la historia cotidiana del alma.

14 de julio del 2015. La Toma de la Bastilla se produjo en París el martes 14 de julio de 1789. A pesar de que la fortaleza medieval conocida como la Bastilla sólo custodiaba a siete prisioneros, su caída en manos de los revolucionarios parisinos supuso simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y el punto inicial de la Revolución Francesa. La rendición de la prisión, símbolo del despotismo de la monarquía francesa, provocó un auténtico sismo social tanto en Francia como en el resto de Europa, llegando sus ecos hasta la lejana Rusia. (Wikipedia)

Y es en un 14 de Julio en Lima, cuando Miguel Torres,  quien  pudiera llamarse Miguel Bastillas, quiere traerse abajo el gris de Lima, color restregado en una memoria tipo diario, que es tan  potente y  sacaronchas, como para cambiar el color gris, no solo de Lima,  si no de todas las paletas  que ostentan los plásticos más sofisticados del planeta. Y pretende la caída de cualquier residuo monárquico que es quizás el culpable de que esta capital suramericana sumerja a otras aldeas vecinas, en el color prestado de alguna madre reina que no podía soportar el escozor y el brillo del sol en sus dominios.

El color gris panza de burro acribillado desde una torre Mexicana, hasta hacerlo color y sabor suramericano.

Del lapicero de Miguel, nace no sólo una nueva ciudad sin murallas, sino todo un nuevo continente cubista, con sofisticaciones y exotismos populares que  en aquel 14 de julio de 1789, nadie hubiera podido atisbar, ni encaramado, ni empinado. En esta pluma se mezclan la migración China y las particularidades de Sophia Wong, los narcos, la belleza de la mujer limeña como María Carolina con las calles de Buenos Aires y algunos parajes de la Ciudad de México, que Bolaño, en su perra vida, hubiera podido describir ni deconstruir a pesar de identificarse con un gaucho más sufrible y  haber fundado el infrarealismo en pleno Coyoacán luminoso.

Este Miguelito, nombre que parece  pasar desapercibido, de bajo perfil, es nombre de Héroe Peruano de caballero marino, de santo, de ciudad serrana que achorada no se deja igualar con ninguna otra: Este Miguelito ha subido a su torre y con su calendario perpendicular a su ojo caustico y su estética postmo, aguerrida, picante, picosa y pervertida, nos tira a los peruanos y sobre todo a los limeños, no sólo la primera piedra , sino derrumba  la torre o la bastilla completa con las peores intenciones, parece que una transformación va a tomar lugar con cada día que avanza la lectura y las peripecias  de nuestro héroe, a lado de sus amigos como Martín Bryce o Muhammed en los entretelones del gris, que es el color de la impiedad y gris es el color de las mulas y las  dudas, y declara: hasta aquí no más….

El Diario Gris de Miguel Torres, me sorprendió gratamente. Dividido en tres partes, donde  el color gris empieza a convertirse en el personaje principal de este diario. Uno no sabe  ya donde está parado entre tanta ambigüedad, de Lima al Deefe, hay solo un color de distancia y la duda entre lo posible, lo surreal y el deseo se desvanece como una nube soplada por el minutero de un reloj que sabe exactamente a qué hora suenan las campanas más bochornosas del continente.

No me puedo quitar el manto de sentirme cerca a Sophia Wong y adivinar quien es María Carolina o Martín Bryce, nombres escogidos de la peruanidad subyacente, entre los otros personajes, una madre muerta, el Peter porteño que también conozco o el retrato de Lilia Prado. El problema con Miguel es que lo conozco bastante, casi como al bacalao y aunque viene disfrazau de gris, va despellejando el corazón como la cebolla, capa, por capa, y deja ver esa dulzura, ternura, subordinación afectiva mexicana, que lo reinterpreto de tantas experiencias en México y que se construye como el maíz  en un ruego metafórico para mantenerse unidos con todos, Dios y el Diablo, el Norte y el Sur, Chile y Perú, en un mantra paciencioso, que todo lo ve y todo lo comprende.

Hombre de Maíz, Miguel Gris, desde su torre destruida, el día en que todo el mundo aplaude el valor francés, nos dejamos salpicar, por este maravilloso humor grisáceo que  minuto a minuto, nos transforma en más hermanos de todo, más chingados y compele al mexicano que llevamos dentro, haciéndonos  enamorarnos de su chica, entristecernos por la muerte de su madre y nos enorgullece de esta equidistancia latinoamericana que se refracta con el gris y se vuelve todos los colores de nuestro violento ADN, desde Jalisco hasta el Río de la Plata.