domingo, 11 de noviembre de 2018

Caja Torácica

Últimamente siento que algo va a reventar dentro de mí, algo que golpea mi caja torácica y hace que mis glándulas internas pierdan su tejido noble de secreción, para llenar sus cavidades con tejido conjuntivo intersticial; algunas veces siento mareo, algunas otras, náuseas, otras tantas un latir en el pecho que me sugiere ir de inmediato a las teclas de una computadora o desenfundar el móvil y textear la nada o algo que puede ser parte de un buen verso o un poema, si llego a tener la ambición y no la cobardía de tomar distancia. Pero a decir verdad, es en la mayoría de estas ocasiones, que la misión no suele ser concretada, simplemente porque se me entumece el corazón o los dedos o el cerebro o porque la caja torácica se queda sin cuerda antes de llegar a la página digital o porque la vida es caprichosa y pone un sinfín de condicionamientos y obstáculos previos a esta acción. Por ejemplo, alguna reunión con el jefe, contestar mensajes atrasados, enviar un e–mail, pedir comida para el almuerzo, enterarse de alguna noticia intrascendente, leer el diario, echarle un ojo o postear en las redes sociales o cualquier otra pendejada por el estilo. Porque uno pensaría que es muy fácil sentarse frente al monitor y digitar poemas o algún texto que tenga sentido, como éste. Y es que la misión tampoco se vuelve más fácil cuando estás en el metro, en el autobús, manejando o cuando llegas a casa y piensas que la tranquilidad estará de tu lado antes de que el teléfono suene, o la cena esté lista o tengas que pasar tiempo con tu hijo o tu esposa o tus padres u ocupándote en actividades cotidianas como coger, dormir, soñar o pensar en las cuentas que hay que pagar ¡No, damas y caballeros! Escribir un poema no es fácil, aunque se tenga la intención, aunque se te rompan las tripas por hacerlo, aunque la necesidad sea más que nada en el mundo, uno tiene que buscar la forma de lograrlo y no morir en el intento.

Yo, de entrada, tengo que abrir un libro cualquiera, leer un fragmento del periódico, la cartelera de cine, un libro de anatomía o psicología o quizás el texto más idiota o anodino, ya que de lo que se trata es de forzar la inspiración. Este mismo texto ha surgido a partir de la idea de una caja torácica por dar otro ejemplo. Luego hay que exprimir literalmente el cerebro, balbucear, ponerse grosero o irreverente, beber algunas cervezas, pensar en imposibles. Se hace poesía para fastidiar a la gente. Es un buen principio. Una vez en plena desesperación, asqueado de todo, quedan algunas palabras, es entonces cuando se mira por la ventana y se siente que la cabeza está a punto de estallar, en dado caso, es mejor seguir bebiendo cerveza o quizá un buen mezcal o un whisky. Quizá entonces algunas buenas líneas fluyan o todo de una buena vez se vaya al carajo.

A veces hasta puede salir un buen poema de un tirón, como cuando nos liberamos de una camisa demasiado ajustada o de un amor tormentoso. En algunas ocasiones es inevitable caer en un estado melancólico de primer o segundo grado, según las emociones. El vacío se hace en uno mismo y alrededor de uno mismo, no se equivoquen. De tal forma que escribir poemas puede arruinar la vida o dejar a uno sin amigos o vida social o pareja o dinero, pero no importa, porque uno puede arruinar su vida con el único consuelo de no haber servido de entretenimiento banal de los idiotas y haber cedido a los caprichos que provienen del interior de uno mismo, de ahí dentro, de ahí donde proviene ese ruido eléctrico cardíaco que custodia la maldita caja torácica y que en mi caso, me provoca escribir.


Ciudad de México, Julio 2018.