lunes, 17 de agosto de 2015

Diario de 1 Perro Salvaje & Gris

Por: R. Israel Miranda

Conocí a Torres en una lectura de poemas de Mario Santiago Papasquiaro realizada en un antro de mala muerte de Santa María la Rivera, la recuerdo porque ha sido la única a la que he asistido. Lo hice porque el hermano del difunto homenajeado, Ektor Zeta, a quien estimo profundamente, me invitó un par de días antes, le comenté que no iría porque esos eventos, simplemente, me fastidian, pues congregan la peor caterva de malos borrachos y pésimos poetas que se pueda uno imaginar.

Como cualquier otro sábado, me encontraba bebiendo en el centro de la ciudad, no recuerdo si en La Faena o el Dos Naciones, pero sí recuerdo que tomaba ron con mi amiga Pilar que, después de unos tequilas y unas canciones de La Santanera, me dijo que iría a la lectura de Papasquiaro, pues Ektor le había solicitado que fuera la moderadora. Me quedé en el lugar con otra mujer “de cuyo nombre ahora, no me quiero acordar”.

Más tarde, y ya entrados en alcohol, decidimos ir al homenaje pues (yo) tenía hartas ganas de increpar y molestar a alguien, a quien fuera. Es algo que me ocurre cuando bebo, me gusta arruinarle los tragos a los malos poetas.

Llegamos al Templo, así se llama el tugurio ese: El Templo. Pilar estaba en el escenario, sufriendo notablemente con los lectores. Saludé a Ektor quién me abrazó y me dijo: qué chingón que te animaste ¿vas a leer? Conteste que sí. Pilar me llamó y me pidió casi suplicante: ayúdame por favor, están leyendo puras barrabasadas y además se tardan demasiado.
-¿Y qué quieres que haga?
-Pues que los bajes.
-¿En serio? Digo, por mí, chingón.
-Sí sí, ayúdame.
-Está bien, tú los vas presentado y al que se empiece a extender o a cagarla, lo conmino a irse a la chingada. Y así lo hice, varios de estos rufianes no llevaban más de tres líneas cuando ya los estaba invitando, cordialmente, a que le llegaran a la verga. Incrédulos me miraban con verdadero odio, a mí me importaba un carajo. Además la lectura se empezó a hacer más dinámica. Pilar no dejó de darme prodigiosas jarras de cerveza adulterada.

Después leí, bajé del escenario y caminé a la puerta a tomar algo de aire nocturno y Miguel me dijo algo que seguramente ignoré pues ya estaba demasiado ebrio.

Luego vino al taller, se sentó a beber y a escuchar y a comentar algunas cosas, leyó algo breve. Ese día había presentación y se quedó y siguió bebiendo. Por eso me cayó bien, me caen bien los buenos borrachos.

Empezó a traer sus poemas y me cayó mejor, admiro a los talentosos ebrios.

Luego bebimos en mi casa, junto con otros malparidos de la noche, y terminó golpeado y exiliado a media madrugada. Y aguantó. Incluso regresó al taller. Por eso es mi amigo, porque es un cabrón talentoso, ebrio y valiente, con wevos pues.

Y luego se fue a Perú, y roló por América del Sur, y lo hizo, tal y como se puede ver en su libro, con los ojos de quien busca descifrar los secretos del mundo, de la vida, de la poesía, de la noche y la mujer.

El Diario Gris (como tarde nublada, “como poeta en el aeropuerto”, como viaje en clase económica, como ojos de mujer diciendo adiós, o hasta siempre) no es un diario, es más bien una bitácora de fechorías. Pero no es un libro perverso, es un texto cargado de la inocencia y la necesidad infantil de descubrirlo todo, de probarlo todo, de sorprenderse por todo. Así, las ciudades y las calles y los tragos y los amores conservan la hermosa conmoción que sólo provoca lo recién conocido.

Miguel se aventura al centro de la vida y lo hace sin protección, a sabiendas de que lo único que nos pertenece es la soledad y la libertad de la hoja en blanco.

El libro es y no una narración, en su prosa se pueden encontrar pasajes hermosamente poéticos, y cito:

…descendí del auto y miré como el taxi encantado se convertía en la sombra de un fantasma que desaparecía bajo la fina niebla de una madrugada calurosamente hostil.

En este sentido, el libro está plagado de dulces fantasmas que, cual bocanadas, desaparecen no sin antes habernos dejado su esencia. Y él mismo se sabe el fantasma de otros, es por eso que en sus adioses no hay juicios ni reclamos.

He aprendido a aparecer y desaparecer de los lugares más cotidianos con estrategia fugaz y habilidad sobrenatural. Camino por las calles sin sostener sombra, ni dejar huellas.

Diario Gris, bitácora, breviario que sólo dura lo que duran las amistades extranjeras, el amor, o el deseo. Páginas para encender el próximo cigarro antes de abordar.

En mí, el amor es sólo uno, prolongado a través de los olvidos y las fisionomías. Después de querer a la que quiero, querré a cien más, pero si vuelvo a ver a las que he querido ¿las volveré a amar de nuevo?

Miguel Torres sabe que todo es relativo, incluso Dios, que la muerte es sólo un disfraz, que no hay mejor mentiroso que el suicida que abandona la hoja en blanco y no hay peor mentiroso que un poeta enamorado.

Diario Gris es un libro de descubrimiento, de búsqueda, y el autor tuvo que viajar al extremo sur del continente, simplemente, para encontrarse, para redefinirse.

Miguel Torres es “un perro que brama versos de medianoche con sangre enfurecida para aullar frente a cualquier ventana vacía”.


Por eso es mi amigo.