martes, 3 de abril de 2012

3 de abril, 2012




Era temprano para la cita, aún así, acechaba el fin del día cuando llegué al viejo cobertizo que bordeaba un campo solitario a las afueras de la ciudad, el cielo era un claro con nubes delineadas, el calor hacía que los montes y su escaza vegetación se tornaran borrosos a la distancia. Cada vez que me encuentro en circunstancias de clima extremo, viene a mí un recuerdo: New York, un niño despertó y vio nevar atreves de la ventana, ese niño salió corriendo sin abrigo a jugar. Niño cual fiebre retrasó el regreso a México.


El día empezó a enfriar y acompañándote, la noche llegó.


No es nada especial memorizar cada palabra o gesto, por mi parte, guardo suma atención a los detalles y a decir verdad, siento remordimiento al no poder contestar comentarios tan espontáneos como en el que me confesabas que si el primer día que me viste entrando a la oficina hubieses tenido el rabo como la lizard girl (de la novela gráfica "Black Hole" cuya historia te conté) lo hubieras meneado muy fuerte. Además remataste diciéndome, ¡es bueno que no tenga rabo! O qué por la mañana cuando marqué te pegabas tan fuerte el celular a la oreja, que aún te dolía.


Detalles, esas cosas que el tiempo suele corromper...


...importantes para mí.

Digo a mis adentros "¡eres un wey con una suerte!" y te veo en la simplicidad de la perfección física claramente Cesárea Tinajero, acomodando con cuidado tu saco, tu blusa y tu falda en el sofá, al fin tu desnudez, el acercamiento de tu boca...


...el abismo...


...no sé cuando fue, lo cierto es que pasó en un instante mudo, de marcada intensidad ya cuando el calor se consumía y la noche empezaba a enfriarse ¿Fue la mirada acentuada por un tenue gemido, el abrazo tan fuerte o el beso tan profundo?

En el momento que sucedió sentí que podía entender cosas como el por siempre. Luego...


...el vacio de toda sorpresa...


...esa sabiduría transformada en insoportable tristeza mientras te veía cayendo dormida.


Delimitamos todo desde el inicio, lo nuestro desde el principio tenía la endebilidad de un hilo de saliva colgando de un pecho a la lengua. Es cierto que el deseo es el medio por el cual la naturaleza nos hace cumplir con su designio, pero también la sexualidad o el erotismo son puentes que unen a la carne y en ocasiones a los espíritus. Así pues, supe desde tus lágrimas unos días antes; del anhelo de una madre muerta en la infancia, de un hermano preso por fraude y un amor fallido tras de otro, esa noche entre en el desconcierto del entendimiento, supe que esto para ti ya no era sexo, pero entendí igual que sobrepasarías todo por la fuerza que da la inocencia.

Detalles, esas pequeñas cosas que nos marcan para siempre.


Debieron pasar fuertes vientos desde que entramos al cuarto, aún se zarandeaba el pasto y en el cielo claro el contorno de las nubes se suavizó, al igual que mi inquietud que se había apoderado de mi, al igual el vaho de mi respiración en la ventana, al igual todo iba desapareciendo, entonces...


...tú...


...tus manos en mi espalda, tus manos guiándome a la cama, por el final solo el escalofrió y tus labios, sólo tus labios, tus ojos y tus labios, tus manos y tus labios, tus pechos y tus labios, el sueño.


Hoy que acompaño con un poco de vino los sobrantes de la cena embutidos en pan, descubro que nunca supe porque te enojaste tanto cuando dije que todo estaba delicioso, creo que es una reminiscencia de los esquilmos que aún hay en mi alma, cuando detrás de los vegetales amargos y la carne chamuscada el sabor que encuentro es el del esfuerzo de una mujer que sé de antemano, tiene poco tiempo, la lencería coordinada y los alimentos me hacen entender tu retraso al encuentro. En tanto engullo, recuerdo lo soñado en el cuenco formado entre tus senos y tus piernas, algo que no había soñado desde la temprana juventud: La noche, la calle y la nieve, arriba las luces de los rascacielos tintinaban como estrellas, en la oscuridad tras la ventana veía la silueta licenciosa de mi padre, anduve por un espeso manto de nieve fresca, en la mañana ya no había rastros, sólo la enfermedad. Pero en esta ocasión la noche lo cubría todo con perfume.


Tazo Saito Quezada