viernes, 31 de julio de 2015

Caminando Sobre el Abismo



No veo apenas en toda vida noble, sino un fracaso profundo.
El mío viene de tan lejos, que data de antes de mi nacimiento.


CÉSAR MORO


VIDA & POESÍA | CÉSAR MORO

No tenia más de trece años la primera vez que vi una película surrealista. Mi hermano mayor debió adquirirla en renta, en alguno de los Blockbuster que comenzaban a inundar con su demanda neo liberal los deseos de un adolescente por el cine comercial, o el fetichismo pop cultural de lo que se denominaba, ya desde aquellos devaluados y ensoñados años 90’s en la capital de México, como «cine de arte». El nombre del film, ya de por sí diferente entre los demás títulos en ingles o mal traducidos, que avasallaban el mercado llamó mi atención. Le Fantôme de la Liberté del director europeo refugiado en México por la Guerra Civil Española [descubrí años después] Luis Buñuel, fue una interrogante, una incertidumbre y una tentación de lo que era el surrealismo. Claro que ha dicha edad yo no sabia lo que significaba el surrealismo o el idioma tan extraño que era el francés, me parecía que todo era una comedia de enredos, en lo que lo irreal o lo inverosímil no importaba, porque a fin de cuentas todo era un sueño y cada personaje despertaba de su sueño espantado, espantado por la película de su propia vida tornándose real. Para mí entonces, el surrealismo era eso, la representación de la vida convertida en sueño / un sueño en el que podía pasar todo / absolutamente todo / hasta lo más inverosímil / o no pasar nada / absolutamente nada / aparentemente.


Fue hasta mis días en la Escuela Nacional Preparatoria que descubrí una nueva faceta del surrealismo en mis clases de artes plásticas. Y es que el nombre de Salvador Dalí provocaba la definición perfecta del surrealismo en imágenes, imágenes fijas que contaban historias encapsuladas en el tiempo, en su propio tiempo, en un tiempo con el que Dalí, Miró, Man Ray, Magritte o Ernst jugaban, congelaban o se burlaban. Y entonces no sólo fue el cine, sino la pintura, la fotografía, toda la plástica lo que construía en mi memoria la definición iconográfica de ésta vanguardia, del movimiento que México revestía muy bien, tanto así, que el mismo André Breton, fundador de la corriente, opinaría en su visita de 1938, que «México era realmente un país surrealista». Y es quizá por ello, que el verdadero sueño americano no es patrocinado por el país económicamente más poderoso del continente, sino por la atmósfera político / cultural surreal que envuelve al resto de países «subdesarrollados» perdón «subrrealistas».


Así, en 2014 llegué en medio de uno de estos sueños surrealistas a estudiar al Perú un posgrado en Historia del Arte. Y entonces me encontré con el surrealismo otra vez; pero esta vez gracias a la literatura y a través de una frase que lo dice todo y en verdad no dice nada, cómo los sueños de Buñuel o Dalí o Bretón o México, es «Lima la horrible» es América la horrible, es la ciudad de México la horrible, es el sueño horrible y a la vez no lo es. Contradicciones de adolescente, que te hacen viajar cómo César Moro ¿En busca de qué? tal vez, en busca de nada o de todo o de uno mismo. Y es que Moro había dejado Lima por primera vez en 1925 bajo un gobierno autoritario [comunes en Latinoamérica] se fue de su país tan sólo cuatro años después de las ostentosas celebraciones por el centenario de la independencia peruana, en el apogeo aparatoso de un gobierno cuyos gastos en vanidades y préstamos despilfarrados dejaron al país en bancarrota. Yo había llegado a Lima cuatro años después de las celebraciones del bicentenario de la independencia de México, con el regreso del gobierno autoritario [el de los 72 años y contando] en la decadencia del gobierno opositor que había perdido la guerra contra el narcotráfico, dejando a un país en el terror y la miseria de siempre. Y entonces el personaje de César Moro llamo mi atención. Y entonces el surrealismo llamó mi atención. Y entonces la poesía era también Lima, Lima la horrible.


Con tan sólo 23 años César Moro se embarcó en el puerto del Callao hacia Europa donde se gestaban los movimientos artísticos de vanguardia, que a principio de siglo olían a pólvora, revolución y libertad ilimitada. Y es que son estos viajes [tras]tocadores los que generan los cambios importantes en la vida, el propio José Carlos Mariátegui escribiría que fue en Europa donde descubrió al Perú. Por mi parte, fue en Perú donde descubrí México y en el caso de Moro, quizá la huella que imprimió en su poética, es la que nos hará perceptible sus descubrimientos. En 1928, acogió el francés como idioma literario, el mismo idioma que era ya para mí desde los 90’s el lenguaje del surrealismo en las películas de Luis Buñuel y el mismo que Bernardo Bertolucci señalaría cómo el idioma del cine, de la poesía. Una explicación fácil y mal intencionada, que pretende explicar el porqué Moro acogió el francés cómo idioma en el que escribiría casi la totalidad de su obra, diría que fue el producto del resentimiento de un hombre que siempre se sintió sin un espacio en la sociedad limeña, pretensiosamente aristocrática y poco abierta. Según dicha hipótesis Moro habría tratado de compensar con el afrancesamiento su falta de blasón criollo. Cosa que Luis Buñuel por ejemplo, no sufriría en su calidad de exiliado en México, cuando empezó a realizar películas desde 1946 en la nombrada «época de oro» del cine mexicano.


Dicha hipótesis podría cubrir también, el por qué César Moro nacido en Lima en 1903 y bautizado cómo Alfredo Quíspez Asín, apellido que connota en la sociedad limeña, apenas es pronunciado, la idea de hombre de pueblo, especialmente oriundo de la sierra. Lo que lo llevaría a cambiárselo en las actas legales en 1923, justo antes del viaje a París. Su revuelta contra los convencionalismos de la realidad social hizo que el «rebautizo» fuera tan radical que el nuevo nombre fue impuesto no sólo a sus amigos sino también a su familia. Pero esta teoría queda prontamente desacreditada si sabemos que el padre del poeta, el doctor Jesús Quíspez Asín fue un médico que gozó de prestigio y que Moro no partió de Lima siendo un desconocido, sino que lo hizo cómo un artista de renombre algo inusitado para su corta edad. A los dieciséis años, éste poeta esbelto y dandy de pañuelo en el bolsillo y escarpines en los tobillos, asistía cómo muchos otros jóvenes con afanes artísticos a la casa del poeta José María Eguren en Barranco para descubrir lo que corría en el aire de inicios de siglo llamado modernismo, vanguardia, aquello novedoso que sólo se publicaba en Amauta y que representaba la moda, lo nuevo, la élite mundial. Pero fue en la Europa Occidental donde César Moro se vistió de surrealista, después de su participación en una exposición colectiva de Arte Americano en el Cabinet Maldoror [Bruselas, Bélgica] a lado del mexicano Santos Balmori, el chileno Isaías y el dominicano Jaime Colson. El grupo surrealista, que alentado por el éxito de la revolución rusa y entusiasmado por el apoyo que el gobierno revolucionario brindó a los intelectuales y artistas de vanguardia, creyó fervorosamente en la posibilidad del establecimiento concreto de la utopía marxista, del sueño de un fénix fluorescente que renacía de entre las cenizas podridas de la burguesía para hacer un arte que expresase y revelase la totalidad del ser y que empujara a la sociedad a la búsqueda de su libertad. Es por ello que el régimen dictatorial de Sánchez Cerro en el Perú y las insurrecciones, harían y provocarían la ira e indignación de Moro ante la política oficial de un gobierno de represión. Aunque César Moro se unió al surrealismo, por ser la propuesta poética más acorde con su ser y no por sus apoyos políticos. Todos los artistas surrealistas tenían como fin la ruptura con las represiones morales. «Padre, Patria y Patrón es la teología que sirve de base a la vieja sociedad patriarcal y hoy a la jauría de fascistas.» Moro había comenzado, probablemente su inclinación homosexual, cambiando de nombre en una revuelta contra las imposiciones patriarcales. Su búsqueda espiritual por romper con toda arbitrariedad moral, lo llevó a simpatizar, en sus años de surrealismo militante, con la realización de la utopía social, entendiéndola como la creación de una situación histórica propensa al desenvolvimiento espontáneo de lo visceralmente ansiado y a la materialización de estas esperanzas. Los hombres debían recordar sus deseos olvidados tras el grueso polvo dejado por los siglos de oscurantismo. Para quien venía de un país latinoamericano resulta lógico pensar y desconfiar desde el principio, de la pureza de las intenciones bolcheviques. Y es que, como mencionaría Antonin Artaud «En realidad se trataba de que el surrealismo descendiera hasta el marxismo, pero hubiese sido hermoso, que el marxismo tratara de elevarse hasta el surrealismo» Y quizá de esa forma, la historia hubiera sido diferente.


Moro en pintura fue un autodidacta, siendo consecuente con su postura anti-académica y su defensa a ultranza de la espontaneidad. El trazo libre de un poeta que se lanza a la pintura con lúdico goce infantil de la figuración, además a diferencia de sus compañeros surrealistas a quienes frecuentaba en el café de la plaza Blanche, en Montmartre, Moro no trabajó en grandes formatos. Por razones económicas y por otras motivaciones, prefirió los trabajos portátiles y con ellos, no optó por la creación de la obra maestra, sino por el trabajo ingenuo, pero profundo. Objeto visual pequeño y explosivo. Un frágil grito susurrante.


Cuando Moro regresó de Europa, el Perú se sumergía en un caos social. El gobierno del general Benavides heredó los conflictos del autoritario gobierno de Sánchez Cerro, asesinado el 30 de Abril de 1933. En ese contexto el discurso de Moro, lejos de clamar por una revuelta marxista, adquirió un tono anarquista. «muerte a los estado» en defensa de la utopía social. Sin embargo, el mundo de la política tradicional estaba lejos de la reclamada libertad.


Fue Moro una de las figuras más importantes de Latinoamérica [específicamente de Sudamérica] dentro del surrealismo. Que su personalidad haya despertado tanto interés entre el grupo de Bretón se debió no sólo al hecho de que la poesía le resultaba algo innato, condición vital de su espíritu; también los sedujo el interés que Moro sentía hacia la mitología y la cosmovisión del Perú antiguo, palpable muy sutilmente en algunos aspectos de su poética y su plástica, en ciertas metáforas que hacen referencia a concepciones arquetípicas del mundo y del suelo peruano. No entenderíamos la importancia de esto para los surrealistas, de no saber la admiración que sentían por el hombre arcaico y sus ritos. La tendencia al primitivismo es predominante en la rama anti-positivista de las vanguardias. Pero entonces. ¿Por qué Cesar Moro nunca brilló dentro de la cultura peruana de su tiempo? ¿Por qué su arte fue incomprendido en el Perú? ¿Por qué éste maricón burlón de mierda ofendía al arte que se absorbió en Lima desde Europa?


A principios de 1935 llegó a Lima la pintora chilena María Valencia, trayendo consigo, además de un collage y dos cuadros suyos, varias esculturas y dibujos de cuatro compatriotas. Se puso en contacto con Moro inmediatamente y organizaron la primera exposición Surrealista Latinoamericana. Se llevó a cabo en la Academia Alcedo; se expusieron cincuenta y dos piezas; treinta y ocho eran de Moro [siete pinturas, quince dibujos y doce collage] la mayoría producidas en París, en una etapa en la que se encontraba en plena exploración de nuevas técnicas. La exposición tenía un fin claramente subversivo y pretendía escandalizar. Moro, posiblemente harto y asqueado de la élite intelectual limeña, sentía la necesidad de perturbarlos. Tratar de darle una bofetada aguda al academicismo, al poeta de la corte, al pintor indigenista, que Moro percibía cómo oportunista de la pobreza del indio y en general, ofendía a todo el status de intelectualidad del que se revisten los que no soportan su inseguridad o tratan de encubrir su mediocridad. Todo fue pensado para sacudir al público. Las paredes de la Sala de Exposición de la Academia Alcedo, usadas sólo para divulgar obras clásicas de arte occidental [regidas por los cánones de las instituciones de arte europeo], se cubrieron de cuadros inusuales, que representaban el nuevo arte europeo, [cosa más absurda, más bien, surreal] asimilado por latinoamericanos. Por ello el Indigenismo no pudo ser dislocado por las posturas irreverentes de la exposición surrealista de César Moro en 1935, misma que fue recibida como una broma intrascendente por la soberanía artística de José Sabogal y su grupo. Moro había tratado de golpear violentamente a una Lima retrógrada que lo rodeaba. Pero desafortunadamente, el surrealismo no fue considerado arte por la crítica peruana, sino hasta la muerte de Breton treinta y un años después de la exposición del ‘35.


Moro deja así Perú de nueva cuenta en 1938 sólo un poco después de realizada su única exposición individual en la Peña Pancho Fierro y envuelto en dificultades políticas por el gobierno de Benavides, causadas por su activismo en la difusión de textos de apoyo a la República Española contra Franco y sus aliados italianos y alemanes. Y así como el país más surrealista de todos, México, le abría las puertas con un pasaporte en el que estaba impreso el sello del exilio, cómo el de los demás españoles, entre ellos Luis Buñuel que huía de las represiones del gobierno dictatorial de Francisco Franco. Y es que, si México no era el lugar de mejor recepción a la divulgación del arte surrealista, sí era un país en transformación, que permitía la exploración empírica de lo primario, del hombre libre de occidente, donde en la palabra y en el arte, persistía su fuerza conjuradora.


En México, Bretón, el pintor Wolfgang Paalen y Moro organizaron la Exposición Internacional del Surrealismo, celebrada entre Enero y Febrero de 1940. La mayoría de los artistas plásticos del movimiento exhibieron obras en ella: Giorgio de Chirico, participó con una pintura y dos dibujos; Salvador Dalí lo hizo con una pintura y cuatro dibujos; de Marcel Duchamp se exhibieron tres reproducciones de sus cuadros; Max Ernst presentó tres pinturas y un dibujo; Paalen, que presentó dos pinturas, un dibujo y un objeto, dio un dibujo de Giacometi de su colección. Fueron expuestas dos pinturas de Moro, además de un collage y un objeto, al igual que dos pinturas y un dibujo de Joan Miro y un dibujo y una pintura de Picasso. Todos estos nombres podrían dar la impresión de un surrealismo en apogeo. Sin embargo, nada más ajeno a la realidad mundial [ya que el movimiento se tambaleaba y su futuro era incierto] y nacional, ya que la exposición tuvo que aliarse con artistas mexicanos que no compartían completamente sus postulados. Las contracorrientes debieron de ir entonces contra el país más surrealista que por entonces, estaba enfocado en el movimiento muralista que le daría renombre en el extranjero.


Los años de la segunda guerra fueron momentos de crisis para el surrealismo. El arte fue arrasado por los gobiernos totalitaristas. Nada logró el surrealismo en el aspecto social. Los pueblos del viejo mundo prefirieron delegar sus vidas a tiranos antes que asumir la actitud libertadora que planteaba el surrealismo y antes de que sus integrantes decidieran marcharse, fue la historia la que los mandó al exilio. Pero fue quizá ése exilio alejado de las condiciones partidistas, políticas, sociales, donde el alma del surrealismo pudo volver los sueños a los hombres y atacar desde la indomable sensación del inconsciente.


Cuando en el aeropuerto de la Ciudad de México subió al avión de la compañía Peruvian International Airways, César Moro estaba aterrado. Fue la única vez que Moro voló en avión. Gracias a Westphalen su confidente en Lima y a través de la comunicación postal que se realizaron durante los diez años que Moro estuvo en México podemos saber, que conoció el amor del teniente Antonio, por el cual muy probablemente dejo el francés para regresar a su lengua natal y escribir entre 1938 y 1939 el poemario La Tortuga Ecuestre, donde el escritor se sirve elocuentemente de los planteamientos surrealistas. Antonio no sabia nada de francés. «Cuando reveo 1941, 1942, 1943 y parte de este año no comprendo cómo he podido soportar el golpe y zafarme del aprieto.» (Moro) «Todo es difícil en pintura, sobre todo para mí que jamás he tenido facilidad.» (Moro) «No importa donde uno esté, se tropieza con la misma incomprensión y la misma nulidad.» (Moro) Sabemos también, que se encontró con sus antiguos amigos de París e hizo amigos nuevos, sufrió estragos físicos espantosos que prefería olvidar junto con el fantasma del suicidio que lo acosó por tantos años. Y cuando llegó a Lima en Abril de 1948 esperando liberarse de la ofuscación crónica y vivir sin cadenas y con los sentidos despejados. Se resistía a creer que Lima fuera tan fea como Westphalen la describía en sus cartas. Motivado por el desgaste de las técnicas vanguardistas, Moro prefirió el alejamiento; cuando regresó de México, se dedicó a vivir en silencio, lejos ya del mundo intelectual, del bullicio, refugiado en su casa de Barranco. Pintaba para sí, y nada más. Moro volvió a Lima buscando la libertad de una tierra marginal, en desiertos libres del rastro civilizado y piedras desatadas. Pero se halló con lo que quería olvidar: un mundo empobrecido, un valle estéril, la marginación de los marginados. Olvidó que en Lima sólo se sienten los rayos del sol tres meses al año, que en los nueve meses restantes, el cielo es de un gris asfixiante, una cúpula de nubes que oprime el corazón, un puño de angustias. Así Moro olvidó adrede, tratar de soñar que podía lanzarse a caminar sobre las aguas sostenidas por la fé, enajenado por los colores, exhalando poesía sobre el abismo, pero su fantasía le fue insostenible. Cuando abrió los ojos y vio que en verdad, no sólo se podía vivir de aire, de sol y de mar, la vida se transformó en una bola negra que dio contra su pecho desnudo como un terrible cañonazo. La vida lo despojó de su vendaje de ensoñación; un golpe certero que lo tumbó de espaldas y lo dejo sin aire, hasta que murió, bajo el cielo gris de una ciudad gris, por su polvo y su concreto opresor que ya empezaba a cubrir los cultivos del estrecho valle de Lima. La ciudad se expandía y se construía a diestra y siniestra bajo la geometría militar que guiaba a los arquitectos, a los poetas y a los artistas.


Casi en secreto, Moro preparaba una exposición de sus últimos cuadros pintados durante el último periodo en Lima. Nunca la vio realizarse. Murió. La presentación de los cuadros fue póstuma. Se encargaron de organizarla el pintor Fernando de Szyzslo y André Cyné. Inaugurada en el Instituto de Arte Contemporáneo del Perú. Mes de Agosto de 1956. Los cuadros se exhibieron con los marcos que Moro hizo poner antes de ser internado en la clínica.


A MANERA DE | CONCLUSIÓN


Ni se piense que, porque ya han pasado ochenta años desde la formación del movimiento, el nombre surrealismo sonará familiar a la mayoría de limeños o mexicanos. Al ser acogidas las manifestaciones de las vanguardias por el mercado [capitalista] artístico europeo y norteamericano en los 50’s, el efecto del shock que pretendía el surrealismo empezó a constituirse cómo un valor comercial del arte, demandado por los consumidores de novedades artísticas. El sentido original se había perdido tras el fortalecimiento de la capital. En éste contexto Luis Buñuel realizaría en 1950 la película Los Olvidados, que no gozó de buena aceptación ni por la crítica ni por el público sino hasta que ganó el reconocimiento en el Festival de cine en Cannes, una vez más tuvimos que tener la aprobación europea para que el relato de tendencia neorrealista italiano con tintes de surrealismo que Buñuel impregnó en él, fijara los ojos al movimiento vanguardista de nueva cuenta y a través de la sociedad horrible que Buñuel retrató. La ciudad de México, la horrible ciudad de México y su sociedad le daría la fama al director Español.


Para mí la cosa es simple: la política no me interesa en lo absoluto. A lo largo de mi vida e igual que Moro, he visto a un tirano tras otro tomar el poder, la constitución remendada a favor de los poderosos, un ladrón tras otro, convertido en presidente. La censura. Las persecuciones. El narcotráfico. La violencia. Siempre lo mismo. Hay veces que se estudia para obtener mayor conocimiento y criterio de los temas de la vida, hay veces que se estudia para obtener un grado más alto y poder obtener un mejor trabajo, de mayor remuneración, pero hay veces que también se estudia porque te lleva al auto descubrimiento a través de la vida de los personajes y es que, es verdad que la historia está condenada a repetirse sino la conocemos. Y conocerla sólo te lleva a descubrir que siempre se repite cómo un gran circulo, que gira y da vueltas y rueda girando en un sueño prolongado, infinito y voraz, cómo el del surrealismo.



BIBLIOFRAFIA | REFERENCIAL

FAVARON, Pedro
2003 Caminando sobre el abismo. Vida y poesía en César Moro. I Lima, Perú • Editorial Antares, Artes y Letras.

MAJLUF, Natalia
1994 El indigenismo en México y Perú: Hacia un visión comparativa. Arte, historia e identidad en América: Visiones comparativas. La problemática de las escuelas nacionales. Tomo II I Ciudad de México, México • UNAM.

MORO, César
1983 Vida de poeta: Algunas cartas de César Moro escritas en la ciudad de México entre 1943 y 1948. I Lisboa, Portugal • Minigráfica.