viernes, 13 de enero de 2012

13 de Enero, 2012

En algún momento de mi vida me eh perdido en una línea divisora que separa el tiempo para mí y para los demás, haciendo que mis retrasos sean cada vez más constantes y mis ausencias cada día menos obvias. Eh aprendido a apareces y desaparecer de los lugares cotidianos con una estrategia y habilidad sobrenatural. Camino por la calles sin sostener sombra ni dejar huellas.
Por la tarde llegue a la calle de Durango en la colonia Roma y busque el número 48, como siempre, estaba retrasado, descubrí que se trataba de una vivienda estilo colonial de un solo piso color blanca. Dos grandes árboles en la acera cubrían su aspecto descuidado del resto de las casas a la redonda y un zaguán neoclásico de metal oxidado resguardaba su acceso. Unos segundos después de haber tocado el timbre y que pasara por mi mente que este no funcionaba, una voz por el intercomunicador me indico que cruzara el patio, entrara a la casa y subiera las escaleras, la puerta se abrió al toque eléctrico y entré. Un jardín totalmente seco y triste se apoderaba del recinto al entrar, camine entre ramas secas y la tierra mojada hasta llegar al fondo, una puerta de madera vieja daba acceso a la casa, al entrar un pasillo oscuro era alumbrado únicamente por la luz que provenía del primer piso comunicado por unas misteriosas escaleras. Aún no ponía pie alguno en el primer escalón pero el crujir de la madera ya estaba presente en mi cabeza, también estaba presente la idea de que me encontraba sumergido en la más terrible de las novelas de Edgar Allan Poe o en su defecto, en algún film expresionista dirigido por Tim Burton. Al llegar arriba un hombre de aspecto más bien fúnebre salió de la única puerta abierta de tres que había, me miró fijamente y de la bolsa de su pantalón saco una cajetilla de cigarrillos Marlboro, me ofreció uno que tome con toda cortesía y el tomo otro, cual mago que tiene bien dominados sus trucos, del pequeño bolsillo de su camisa negra abotonada saco un encendedor de metal con singular elegancia y encendimos ambos cigarrillos con la misma llama. La primera bocanada fue silenciosa, después él se presentó estrechando mi mano. – Me llamo Sergio Gutiérrez Palma, pero todo me dicen Gutierritoz, así le decían a mi jefe y se me quedo también a mí, pinches ojetes. Me dijeron que vendría otra persona de la que siempre viene. ¿Qué le paso al otro wey? - naturalmente no supe que contestar porque yo no había conocido al otro wey, ni mucho menos sabía por qué había ido ahí, así que solo me limite a contestar – Se fue pa´l norte, creo - el señor Sergio Gutiérrez Palma me observo de arriba hacia abajo, meditó un poco y saco una leve carcajada seca y flemática de su pecho – Ah que cabrón, ¿Qué va hacer allá con tanto pinche narco? Bueno pásele que falta un ratito pa´ que salgan sus placas. - Me introdujo a la habitación por donde él había salido y descubrí el agujero que tiene por despacho un empresario de clase más bien barata. Un escritorio sacado de cualquier departamento del sector salud de los años setenta era la piedra angular de la decoración de aquel lugar, un sofá-cama en malas condiciones, cajas de televisiones SAMSUNG de 56 pulgadas sin abrir, pilas de periódicos viejos, revistas eh impresos con propaganda de Tables Dances acompañaban la decoración de la oficina. En realidad para este momento me encontraba a punto de enfrentar el momento incomodo del silencio cuando en uno de los rincones de la habitación observe un cuadro descolgado de la pared con el retrato en blanco y negro de Cesárea Tinajero. El asombro de encontrarla ahí evidentemente fue mayor al que Gutierritoz sufrió al descubrir que aquella imagen había llamado mi atención de sobremanera.
Me levante del sofá-cama en el que había tratado de tomar asiento y me dirigí a la imagen para poder apreciarla de mucho más cerca. - Las cosas brillantes siempre salen de repente Sergio. Es lo que siempre me decía la señorita Tinajero cuando le imprimía en una máquina de offset Heidelberg Speedmaster su revista literaria, que chulada de máquina… y de vieja. La fotografía se la regalo a mi padre que era el dueño de la imprenta entonces. Teníamos tres máquinas de offset, una foliadora, máquina de impresión continua y un fotolito donde mi papá mando que se ampliara la foto de la señorita Cesárea. Por aquellos años todo eso era un negociazo, hoy en día el trabajo está ya muy pinche malbaratado y casi nadie vive ya de hacer formas continuas o negativos, lo de hoy es el directo a placa -. Mi interés por aquel retrato era interminable, los ojos de Cesárea Tinajero reflejaban una melancolía tan intrínseca que resultaba hasta sensual y hermosa para mí, sus labios y su rostro no le pedían nada a cualquier estrella de cine mexicana como Dolores del Río o Lilia Prado y su cabello resbalaba por sus hombros como modelo de Chanel. –  ¿No me vende el retrato señor Sergio? - Gutierritoz me vio de reojo y soltó otra de sus singulares carcajadas. – No mijo, la memoria no se vende, tal vez un día sea tuya pero no hoy. - En aquel momento un chico alto y delgado como de unos 20 años entro a la habitación que se hacía pasar por oficina con veinte placas para offset, me saludo muy cortésmente y me advirtió que las placas acababan de salir de la máquina y que tuviera sumo cuidado con ellas, después así como apareció se esfumo de la habitación. – La piratería es un negocio de la chingada hijo – me comento el señor Sergio, - Te arriesgas mucho y no obtienes casi nada. – Hasta ese momento descubrí que aquellas placas contenían las primeras páginas de Las Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco para su impresión clandestina, no supe si alegrarme por ser una especia de Robin Hood para la clase media o sentirme de la chingada como a la larga me sentiría por hacer de las editoriales legales una basura. Observe por última vez el retrato de Cesárea y me despedí de mano del señor Sergio Gutiérrez Palma y le agradecí sus servicios. – Nomas cuidado hijo, que aquí no somos narcos, pero somos igual de cabrones. – Sonreí muy sutilmente y tome las veinte placas de offset para poder salí de aquel lugar envuelto por las mismas sombras por las que entré.

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