lunes, 7 de mayo de 2012

7 de mayo, 2012


“La memoria nos hace vulnerables y nos deja expuestos al dolor. [...]”
Andrey Tarkovski

En el sueño, caminaba por la calle de Bucareli hacia la avenida Cuauhtemoc, la tarde empezaba a caer y el tráfico vehícular era una idea vaga y poco consistente de la ciudad. Pocas personas andaban por la acera, se percibía el sonido de autos y máquinas, yo me escondía del sol, del ¡pinche sol! hasta en la más pequeña marquesina de la vía pública. Pasé frente al Café de Lima y a lo lejos observe el reloj chino que no avanzaba al ritmo de la hora, me sentí cansado, hartado y fatigado, mis piernas dejaron de responderme pero mi corazón latía más rápido de lo normal, entonces por un segundo mi aliento se esfumo,  sentí que el tiempo estaba detenido, deje de avanzar y los transeúntes se desvanecieron como una bomba de humo blanco, la nube de tonos grises hizo su aparición oscureciendo toda la escena, estaba sofocado, cerré los ojos, fade out. Un fuerte suspiro trajo de vuelta al tiempo, a mi vista y a una fuerte aceleración de mis pasos que ahora  podían predecir inequívocamente a la lluvia que acechaba, fade in. Cruce por la glorieta del reloj y comenzó la tromba. Busque un refugio pero al levantar la vista lo suficiente, sólo te vi a ti, te vi sola, sentada en una mesa de la Encrucijada Veracruzana, estabas ahí, frente a mis ojos.

Las ranas, que caía del cielo en una hermosa tormenta verde, se apilaban en la calle como cadáveres despojados después de la guerra. Soldados caídos, miles de guerreros bendecidos por la muerte. Fui hasta la entrada del restaurante y me senté frente a ti y frente a la ventana que exhibía toda la distracción que parecías no darle ninguna importancia. Tus ojos me miraron de frente, no te noté sorprendida, siempre supiste que llegaría. Ya me esperabas. –El olvido es una dolorosa agonía…-  fue lo que susurrarón tus ojos verdes y tus labios rojos antes de partir. No hubo despedida, o quizá sí, pero no la recuerdo. El aguacero había cesado cuando te marchaste. Al rato, una camarera se acerco y le pedí una taza de café con leche, mire hacia afuera por la ventana y el mar ya se encontraba ya ahí, esperándome, estaba lento y  rabioso como tú.

Cuando desperté, las olas del mar tocaban mis talones, el sol enclipsaba mi rostro pidiendo que mis ojos permanecieran cerrados por siempre, las olas eran constantes dentro de mis oídos y el tiempo simplemente no estaba presente. Me pregunte como es que había llegado a aquel lugar, pero no lograba contestarme, abstraído en aquel maldito pensamiento, decidí solo permanecer inmóvil por un momento. La arena se convirtió en una vasta cama vacía y las olas se esforzaban cada vez más en tocar mi rostro, por otro segundo todo cayó, el silencio gobernó en su máximo esplendor y dejo atrás todo su estúpido capricho.

Todo terminado esta.

Cuando el mar se digno a devolver su aliento, abrí los ojos con fuerza volviendo en mí. La playa era como un paraíso encontrado en medio del caos, como una postal en la cuarta de forros de una revista de publicidad o como una película de Fellini que puedes apreciar en su máximo esplendor. Estaba sólo, la botella de whisky volvió a mí como una carta enviada en el fondo de una garrafa, en aquel inconsciente momento deje de ser un detective salvaje, condene mi espíritu a una vida de eterna intranquilidad, deje mi culpa atada ¡Pinche culpa! y deje a mi Cesárea Tinajero en el olvido constante.











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