“La memoria nos hace vulnerables y nos deja expuestos al dolor. [...]”
Andrey Tarkovski
En
el sueño, caminaba por la calle de Bucareli hacia la avenida
Cuauhtemoc, la tarde empezaba a caer y el tráfico vehícular era una idea
vaga y poco consistente de la ciudad. Pocas personas andaban por la
acera, se percibía el sonido de autos y máquinas, yo me escondía del
sol, del ¡pinche sol! hasta en la más pequeña marquesina de la vía
pública. Pasé frente al Café de Lima y a lo lejos observe el reloj chino
que no avanzaba al ritmo de la hora, me sentí cansado, hartado y
fatigado, mis piernas dejaron de responderme pero mi corazón latía más
rápido de lo normal, entonces por un segundo mi aliento se esfumo,
sentí que el tiempo estaba detenido, deje de avanzar y los transeúntes se
desvanecieron como una bomba de humo blanco, la nube de tonos grises
hizo su aparición oscureciendo toda la escena, estaba sofocado, cerré
los ojos, fade out.
Un fuerte suspiro trajo de vuelta al tiempo, a mi vista y a una fuerte
aceleración de mis pasos que ahora podían predecir inequívocamente a la
lluvia que acechaba, fade in.
Cruce por la glorieta del reloj y comenzó la tromba. Busque un refugio pero al levantar la vista lo suficiente, sólo te vi a ti, te vi sola, sentada en una mesa de la
Encrucijada Veracruzana, estabas ahí, frente a mis ojos.
Las
ranas, que caía del cielo en una hermosa tormenta verde, se apilaban en
la calle como cadáveres despojados después de la guerra. Soldados
caídos, miles de guerreros bendecidos por la muerte. Fui hasta la
entrada del restaurante y me senté frente a ti y frente a la ventana que
exhibía toda la distracción que parecías no darle ninguna importancia.
Tus ojos me miraron de frente, no te noté sorprendida, siempre supiste
que llegaría. Ya me esperabas. –El olvido es una dolorosa agonía…- fue
lo que susurrarón tus ojos verdes y tus labios rojos antes de partir. No
hubo despedida, o quizá sí, pero no la recuerdo. El aguacero había
cesado cuando te marchaste. Al rato, una camarera se acerco y le pedí
una taza de café con leche, mire hacia afuera por la ventana y el mar ya
se encontraba ya ahí, esperándome, estaba lento y rabioso como tú.
Cuando
desperté, las olas del mar tocaban mis talones, el sol enclipsaba mi
rostro pidiendo que mis ojos permanecieran cerrados por siempre, las
olas eran constantes dentro de mis oídos y el tiempo simplemente no
estaba presente. Me pregunte como es que había llegado a aquel lugar,
pero no lograba contestarme, abstraído en aquel maldito pensamiento,
decidí solo permanecer inmóvil por un momento. La arena se convirtió en
una vasta cama vacía y las olas se esforzaban cada vez más en tocar mi
rostro, por otro segundo todo cayó, el silencio gobernó en su máximo
esplendor y dejo atrás todo su estúpido capricho.
Todo terminado esta.
Cuando
el mar se digno a devolver su aliento, abrí los ojos con fuerza
volviendo en mí. La playa era como un paraíso encontrado en medio del
caos, como una postal en la cuarta de forros de una revista de
publicidad o como una película de Fellini
que puedes apreciar en su máximo esplendor. Estaba sólo, la botella de
whisky volvió a mí como una carta enviada en el fondo de una garrafa, en
aquel inconsciente momento deje de ser un detective salvaje, condene
mi espíritu a una vida de eterna intranquilidad, deje mi culpa atada
¡Pinche culpa! y deje a mi Cesárea Tinajero en el olvido constante.
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