Mi conciencia es un perro que
ladra siempre a la misma hora
muere de rabia, todos los
días en el encarnado bar de una esquina
he perdido a la jauría, que
brama versos de media noche
y enfurece mi sangre, para
aullar frente a cualquier ventana vacía
Mi corazón es un perro que
ladra siempre a la misma hora
con aliento a pisco y una
locura encabronada-mente desenfrenada
olfatea en la basura
queriendo encontrar tus restos podridos
hundidos en la melancolía, de
una oscuridad perdida por estúpido amor
Mi deseo es un perro que
ladra siempre a la misma hora
enajenación de un condenado a
vivir muerto toda su desquiciada vida
lujuria de un animal que no
deja de lamerse las costras una y otra vez
busco cualquier víctima para
encajarle los colmillos y follarla con tu olvido
Mi culpa es un perro que
ladra siempre a la misma hora
demencia de un vagabundo
extraviado en una ciudad a orillas del mar
llena de putas-perras
dispuestas a infectar con su virus los coágulos
de un rendido perro
deambulan-te, incapaz de olvidar su
obsesivo rencor
Mi orgullo es un perro que
ladra siempre a la misma hora
nunca ha tenido dueño, ni
mucho menos amo que lo encadene o lo castigue
nunca ha ganado una pelea
callejera, ni escapado de una perrera estatal
no volverá a morder la
angustia de un adiós, ni le alcanzarán los ladridos para escapar
de mi afligida
sombra y enterrarla en la eternidad
de estas mal-gastadas
palabras, de aborrecimiento y carcomida des-ilusión.
FRANCISCO DE GOYA
Perro Semihundido (1820 - 1823) · Óleo sobre muro pasado a lienzo. 134 x 80 cm. Museo del Prado. Madrid, España. |
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